JAVIER PAGOLA.- SERIES RECOMENDADAS

Hasta el 27 de septiembre, 2025.

El imaginario de Javier Pagola transita por una pléyade infinita de términos íntimamente conectados que despliegan tal cantidad de matices, que harían palidecer cualquier intento de   enumeración oulipiana:  perfiles, torsos, libros, juguetes, tetas, revistas ilustradas, formas, sueños, fantasías, casas, figuras, ojos, brazos, papeles, colores, texturas, diarios, culos, repeticiones, aforismos, calendarios, revelaciones, gestos, historias, apuntes inesperados, dibujos (miles de dibujos de todo tipo y condición) y el asombro -acaso ambición- de quien, en mitad del laberinto, no habla de lugares (tópos), sino que propone un nuevo ordenamiento lúdico y figurativo en el que cada personaje dialoga con el vacío (consigo mismo) y además lo hace impregnado de lo irregular, lo diferente, lo impuro.

Javier Pagola podría haber destacado proyectando edificios de marcado estilo funcionalista alemán, rindiendo tributo al mar como chef poissonnier o creando viñetas de humor inteligente en cualquier semanario con esa ligera elegancia de Saul Steinberg. Pero eligió mirar y dibujar, leer y dibujar, caminar y dibujar, conversar y dibujar, compartir mesa y dibujar, pintar y dibujar. Su trazo instintivo tiene esa mezcla improvisada de primitivismo y exigencia necesarios para mantener la frescura de acuerdo únicamente con su escala y motivación. En su caso, la producción de imágenes es sortear el abismo entre la realidad y el lenguaje para proponer una puerta de acceso a lo inefable, un sendero poco transitado, un croquis de curiosidad desbordante para dejar constancia y registro (como si se tratase de un apéndice del Atlas Mnemosyne de Aby Warburg, pero instalado en lo inesperado) al modo de aquellos argumentos de los primeros escaladores del Everest: subimos “porque está ahí”. Su realidad, el dibujo, también está ahí.

A propósito de las imágenes, Georges Didi-Huberman anotaba que los poderes de las mismas son producir síntomas y conocimiento (interrumpiendo en cada caso el saber y el caos): “Saber mirar una imagen sería ser capaz de distinguir ahí donde la imagen arde, ahí donde su eventual belleza reserva un lugar a un “signo secreto”, a una crisis no apaciguada”. El arte es sacrificio y crisis, yuxtaposición y milagro, cuando el fuego de sus ojos dibujados nos abrasa. Pagola maneja los hilos del caos con tinta y va quemando rastrojos a su paso.

Con motivo de esta exposición -y en general de toda la obra de Javier Pagola- su imaginario es tan caudaloso que tratar de condensar su lógica en palabras sería la más tramposa de las quimeras. Sus papeles lo contienen todo: etimología, llamarada y lectura. Pero todo podría ser diferente, porque el artista jugón sabe burlar al intérprete, al periodista o al historiador; el artista prestidigitador regatea al observador ocasional y al listillo; el artista-faro se teme y se conoce (y reconoce) dibujando, simplemente dibujando.

Él jamás alumbraría el significado, porque ese desvelamiento arruinaría la mirada, rompería la invitación al juego y, tal vez, destrozaría la experiencia plástica.

Y Pagola, como Bartleby, preferiría no hacerlo.

Javier Ortega

Editor en Lunwerg editores